
Porque a uno le servían “pal engorde”, como a un pisco, y luego le repetían… y caía uno al pasto con modorra, exhausto de tanta comelona y de tanto amor hecho sopa…”, así lo recuerdo yo.
Mi mamá revolviendo con el cucharón de palo, advirtiendo con su mística sapiencia: “que nadie más lo puede revolver porque, si tiene mala mano, daña la sopa”. Vea pues.
Mi papá repartiendo las carnes con justicia: “yo quiero esa, yo quiero esa”, se escuchaban las peticiones de los pequeños e inquietos comensales… un hueso carnudo, un cubo de morrillo, una yuca, un plátano, una papa para cada uno: -¿quiere más caldo, mijo?-, preguntaba mamá mojando el arroz, mientras mi papá soplaba la leña con la misma tapa de la olla y le echaba, a escondidas, una copita de aguardiente al caldo: “que así sabe mejor, carajo”. Preste pa’ca.
Luego mis hermanitas cortando aguacates, cilantro y bananos sobre los platos del Carmen de Viboral y sus irregulares flores azules, repartiendo arepas, limones, gaseosas y refajo en vasos plásticos! Todos oliendo a humo, desde el pelo hasta la punta de los pies (el Sancocho se come, pero también sé lo carga uno encima), sosteniendo los platos entre las piernas y dando resoplidos para alivianar el calor de tan sabroso menjurje… comiendo con hambre de verdad.
Y y yo con los palos, todo gordito y sucio, corriendo entre los pinos y sus alfombras de acículas, buscando ramitas secas y chamizos para atizar el fuego. Me sentía el héroe de la espesura del divino caldo.
Ni se imaginan la delicia, la “grandura” y la llenura. Porque a uno le servían “pal engorde”, como a un pisco, y luego le repetían… y caía uno al pasto con modorra, exhausto de tanta comelona y de tanto amor hecho sopa… TULIO Recomienda!